ENSUEÑO
1990 -1995 Tiempo de añejado.
A finales de 1990 terminé, por decirlo de alguna manera, mi estancia en el taller de Hugo Argüelles. Ya tenía las herramientas: conocimiento teórico solido, métodos y recursos para enfrentar el terror a la "página en blanco" y un incipiente oficio de dramaturgia, pero... esta obra se resistía a concretarse.
Por igual sucedió con otro texto "Ave, María" un monólogo con tono de farsa, que contra todo sentido resulto de un humor vital, lo cual sorprendió a Hugo, al igual que el texto del congal, no tenía un final resuelto. Sin lugar a dudas existía un punto de conflicto, pero no en los textos, sino en mi pensamiento, algo estaba obstruyendo la concreción.
Lo que nunca objetó ni alabó el maestro fue el ideolecto, es decir la forma de hablar de los personajes, que en ejercicios y/o integrados a una escena tenían su propia voz. Eso era un gran logro, siempre construía personajes solidos congruentes y consecuentes entre su forma de ser y hablar.
Hugo enfantizaba, de tiempo en tiempo, insistía en que el personaje debía presentarse y hablar con nosotros, y eso era un asunto que él consideraba de suma importancia.
—"...que sólo cuando el personaje puede separarse del autor, manifiesta su personalidad y puede hablar, además de hacer lo que le viene en su real y rechingada gana, solo entonces el texto dramático tendría existencia por si mismo..."
Y no era un asunto que él tomara a la ligera, en su estudio taller, el maestro había colocado una silla trono de madera labrada y tapizada en terciopelo rojo, un poco menor en tamaño que la suya, pero frente a la de él, donde sus personajes llegaban por la madrugada a contarle sus historias de vida.
Aunque tengo cierta tendencia a ser místico y espiritual, eso de la visita del personaje, me parecia de locos. Pensar que un personaje surgido quien sabe de donde, se vuelve corpóreo y habla contigo, por no decir que era extraño, más bien parecía una jalada de pelos. Sin embargo, la personalidad de Hugo era fascinante, no había modo de rebatirle. Si él lo aseguraba entonces tenía que ser cierto y punto. Y a mi el personaje nomás no me hablaba, solo lo podía configurar y proyectar en la imaginación y lo hacía hablar como yo creía que debía hacerlo.
—"...bueno quizá Hugo tiene razón y aunque soy bueno en estructura vertebral anécdotica y andamiaje literario, y soy capaz de encontrar inconsistencias, y tengo sentido innato de la progresión dramática,quizá en el fondo sea cierto que no tengo nada importante que decir. O bien, que lo que quiero decir o siento que quiero decir, nomas no encuentro el modo de traducirlo."
En mi caso, la teoría y la práctica como que estaban más bien coqueteando muy lejos de enamorarse, mucho menos de apasionarse. Y pensé que había que tomar decisiones, en 1990 pase por un momento de crisis personal (quién diga que no las ha tenido, se miente a si mismo) y entré en conflicto emocional. Que por cierto no me duro mucho. Así que decidí hacer un paquete con todo lo escrito y lo guarde en una caja que permaneció en el olvido y me dedique a la creatividad visual y manifestarla en la fotografía y el maquillaje.
"Magister Dixit" había hablado y yo hasta el momento, no encontraba la manera de resolver la historia, aunque las ideas se agolparan, no había encontrado una razón para escribir. El tiempo pasa, los temas duermen y los personajes se niegan a presentarse. En ese tiempo de suspensión, por decirlo de algún modo, seguí leyendo, asisitiendo a funciones de teatro, y escribiendo sin meta; anécdotas. estampa, cuento, relato corto, como siempre lo había hecho.
JULIÁN PIZÁ
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